Randy Robinson (Mickey Rourke) fue un exitoso luchador profesional en la década de los ochenta. Veinte años después, su vida se ha visto complicada por una serie de decisiones del pasado. Mientras mantiene su actividad deportiva, de manera discreta, buscará la forma de enmendar sus errores.
Dirigida por Darren Aronofsky y escrita por Robert D. Siegel, "The Wrestler" deja al descubierto el lado más débil de un sujeto que se gana la vida gracias a su rudeza dentro de un ring de lucha libre. He ahí un elemento olvidado en todo tipo de espectáculo: la humanización de quien está frente a nosotros, de nuestros ídolos y referentes. Desde esa premisa, el drama se vuelve protagonista mediante un desarrollo inteligente de la historia. En beneficio del show, se crean arquetipos o incluso caricaturas que convergen entre la complicidad de "estrellas" y espectadores. Pero, ¿qué sucede cuando las luces se apagan? Tal vez nadie le de una importancia vital a ello, ya que el único vínculo es dado por la ficción, sin embargo, la pregunta expele algo de interés, al menos, para quien comprende que una persona es siempre más compleja que la faceta que da a conocer o por la cual se le identifica. Es la idealización, presente en un sentido romántico, la cual nos hace totalizar la particularidad que apreciamos de alguien, a pesar, de que aquello nos oblige a desechar todo lo otro que existe. Una pregunta surge aquí: ¿Nos interesa ese alguien fuera de nuestra idea idealizada? "The Ram" se da cuenta tarde de lo negativo de la respuesta, ya que cuando mira a sus costados tras el paso del tiempo, ve la carencia de personas importantes en su vida que lo aprecien y lo quieran fuera de la imagen del luchador. Está solo y comienza a sufrir por ello.
Debo decir que durante el transcurso de la cinta sentí vivo el declive del protagonista. En parte, porque las actuaciones son geniales, en especial la de Mickey Rourke y además, por la propia dirección de Aronofsky. No es azarosa la existencia de planos secuencia que acompañan a Randy Robinson tras sus espaldas en distintos momentos y ambientes, ya sea entrando al ring, trabajando en el supermercado o saliendo a trotar. Hay un peso del pasado que se hace evidente en su presente, no importando el lugar donde se encuentre. El clamor de sus seguidores es igual de cotidiano para él, como el pedirle a su jefe más horas de trabajo. También se destacan esas escenas tras el escenario, donde casi a modo documental, los luchadores repasan sus rutinas, distintos movimientos y se animan entre ellos. Inclusive, escenas con apariencia de trivialidad generan un aporte a la conformación del todo, por ejemplo, cuando Randy invita a un niño a su casa a jugar Nintendo y conversan acerca de la actualidad de los videojuegos. Él comprende en esos diálogos sencillos, que se ha quedado atrás en algún sentido.
En ocasiones se puede pensar que veremos una historia de redención, pero tal no es el caso, sino que son las desesperantes circunstancias del momento las que mueven a Randy a buscar soluciones; una de ellas es conseguir la aprobación de su hija, a la cual abandonó durante toda su infancia. "Soy un viejo trozo de carne podrida y estoy solo y merezco estar solo. Sólo quiero que no me odies", llegó a decirle con total honestidad. El vínculo se sufre. Randy ha sufrido un ataque al corazón y su carrera se ve en peligro. La crisis lo obliga a tomar decisiones al respecto, ya que existe un peligro inminente en su salud.
Paralelamente, será Cassidy (Marisa Tomei), una bailarina erótica, quien se convierta en el único consuelo de Randy, aunque ella también se ve envuelta en un replanteamiento de su vida. El tiempo la ha convertido en alguien menos atractiva para su trabajo y los clientes se lo han hecho notar, a excepción de Randy. Él parece ser el único que la trata con un poco de bondad. Pero esta "relación" vuelve a graficar la dificultad de Randy para establecer lazos perdurables. A ratos sentimos compasión, a ratos rechazo. Es la película misma quien nos invita a intentar comprender las distintas acciones llevadas a cabo por los personajes. En ello, ejercer juicios asoma como algo posible, ya que todos se sienten como personas reales. Aunque claro, ese no es el fin de la historia.
El final merece un comentario aparte. Luego de haber sufrido una serie de tragedias personales, "The Ram" se sube al ring a conmemorar dos décadas de una de sus más importantes peleas. El público está de su parte y pareciera que es allí dónde encuentra la esquiva esperanza que tanto le hacía falta, no obstante, su cuerpo falla. La última imagen lo muestra saltando desde las cuerdas en la técnica característica de su carrera. ¿Cómo acaba todo? Que el espectador decida. La especulación es válida, pero necesita ser coherente con lo visto con anterioridad. Un final del todo feliz sería algo muy extraño...
¿Y luego de la fama qué? Un deteriorado rostro, un montón de nostalgia y una sensación de vacío. No es la fama la malvada, sino la forma de enfrentarla, ya que siempre existirán cosas más importantes y perdurables que ella. El ocaso de la vida es inevitable y ésta película me ha puesto a pensar en ello.
Una película que vale la pena ver y sobretodo apreciar.

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