No es exagerado catalogar esta cinta como una maravilla en todos los sentidos posibles. Masaki Kobayashi realiza un sólido trabajo de dirección, evidenciado desde el minuto uno en los créditos iniciales, los cuales se suceden en medio de hermosas tomas llenas de simetría, anticipando la alta calidad técnica de todo el metraje. La fotografía es excelente, convirtiendo en un deleite visual la experiencia de su visionado. Ya sean las texturas o el movimiento del viento, todo se aprecia con sumo detalle en pantalla. Asimismo, la puesta en escena consigue adentrarnos en el mundo de los samuráis y su contexto. No obstante, la película no sólo se queda en una destacable estética, sino que logra un atractivo balance a través de su contenido, apoyado en un extraordinario guión.
Mediante diversos flashbacks y elocuentes diálogos vamos reconstruyendo un relato que se une en perfecta coherencia a lo largo de su desarrollo, sin dejar de lado la intriga y la posibilidad de sorprender al espectador. Además, más allá de lo que se nos cuenta, se desprende una clara invitación a pensar sobre los valores que moldean a una sociedad y la forma en que las personas se relacionan con ellos. La cinta adquiere un valor agregado en ese sentido, ya que abre una posibilidad de debate. Aquí es el honor de los samuráis lo que se pone en discusión, sumado a la hipocresía que lo degeneró en diversos círculos. ¿Valen acaso las apariencias cuando carecen de trasfondo?

El elenco merece grandes elogios, en especial Tatsuya Nakadai en su rol protagónico como Tsugumo Hanshiro. Sereno y decidido, reviste a su personaje de un curioso carisma que destaca sobre el resto. Y si bien el ritmo de la película es pausado, el drama absorve todo el foco de atención, matizado por explícitas escenas de acción que por un lado nos muestran el poderío de los guerreros en cuestión, pero por otro vemos el dolor experimentado en sus rituales, el miedo, la confusión y todas las sensaciones que ayudan a humanizarlos antes nuestros ojos. Parafraseando al propio Hanshiro: "Incluso el más grande de los samuráis es un simple humano".
Lo diré sin rodeos, es una obra maestra. Cada fotograma posee una elegancia única, cada minuto es necesario para construir la trama y cada diálogo es preciso por muy redundante que parezca. De haber sido realizada en los Estados Unidos, tendría una fama y un número mayor de seguidores en occidente, sin embargo, su temática puede extrapolarse a un mensaje tan universal, que probablemente siga teniendo sentido por muchas décadas más.
Lo diré sin rodeos, es una obra maestra. Cada fotograma posee una elegancia única, cada minuto es necesario para construir la trama y cada diálogo es preciso por muy redundante que parezca. De haber sido realizada en los Estados Unidos, tendría una fama y un número mayor de seguidores en occidente, sin embargo, su temática puede extrapolarse a un mensaje tan universal, que probablemente siga teniendo sentido por muchas décadas más.
Pues, ¿qué me queda? Recomendarla a quien no la haya visto. Es una película espectacular, sobrecargada de ideas interesantes y emociones intensas. Una cita obligada para los amantes del cine de samuráis o el cine oriental en general. Una joya que sigue luciendo grandiosa a pesar de las más de cinco décadas que nos separan desde su estreno.
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